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miércoles, 24 de junio de 2020

jueves, 31 de mayo de 2018

Un maravilloso cuento que te llevará a un mundo mágico! !!





https://www.todoliteratura.es/articulo/juvenil-e-infantil/llega-librerias-gato-bruja-nueva-obra-helena-cosano/20180531093326047851.html

sábado, 19 de mayo de 2018

Exposición de Pintura
Cielos de Mujer

Atardecer en Robledo de Chavela 
óleo sobre lienzo 100x73 cm

Luna del ático
óleo sobre lienzo 100x81cm

Un mar de cielo
óleo sobre lienzo 92x65cm

Despertares, Dehesa de Guadarrama
óleo sobre lienzo 92x65cm

Cielo de Mujer
óleo sobre lienzo 81x65cm 

Atardecer en Las Gamitas 
óleo sobre lienzo 92x73cm

Ocaso en Doña Blanca, Don Benito, Badajoz
óleo sobre lienzo 81x65cm

Camino de Óman
óleo sobre lienzo 65x54cm

Reflejos del Guadiana a su paso por Medellin
óleo sobre lienzo 73x60cm

Playa de de San Lorenzo de Gijón
óleo sobre lienzo 73x60cm

miércoles, 21 de febrero de 2018

Cuando nadie las ve…

Ha sonado el timbre del recreo. Lila no quiere salir al patio, no quiere jugar al pilla, pilla como de costumbre; su babi blanco está manchado, así como sus manos y su cara.
Hoy han vuelto a jugar con ella las niñas de siempre, como lo hacen casi a diario cuando nadie las ve.
-¡Lila! ¿Sabes qué es esto...?
-¡Sí, es un lápiz de pintar!
-¿De qué color es…Lila?
-¡Es rosa!
-¿Y sabes a que huele la pintura rosa?
-No, no lo sé…
-Ay Lila, mira que eres tonta, anda acércatela a la nariz para saber a qué huele…
Lila coge el lápiz rosa para saber a qué huele su color
-¿A qué huele, Lila? ¡Vamos, dinos a que huele la pintura rosa!
-Yo no la huelo a nada, es solo un lápiz de color
-¡Vamos Lila, si no te la acercas bien a la nariz nunca podrás saber cómo huele el color rosa!
Lila quiere saber a qué huele el rosa de su lápiz de color, quiere saberlo como lo saben ellas, pero antes de que pueda apreciar su olor, siente un agudo pinchazo en sus fosas nasales, el dolor es tan intenso que le impide escuchar las risas y mofas de las otras niñas. Tan solo nota como algo cálido y espeso resbala hacia sus labios y como sus manos ensangrentadas sostienen entre sus frágiles dedos un lápiz de colorear que le ha impedido oler la maldad con la que una de las niñas se lo ha clavado en el interior de su pequeña nariz.
Lila no para de sangrar, la maestra se acerca a ella…
-¿Qué te ha pasado Lila?-le pregunta con gesto dudoso
Lila no contesta, lila no separa sus manos de su cara, ni siquiera escucha como las otras niñas dan explicaciones a la maestra de lo ocurrido
-¡Lila quería saber cómo olía su lápiz rosa y se lo metió dentro de la nariz y comenzó a sangrar mucho, mucho!
-Oh, Lila… ¡Como haces esas tonterías! ¿ cuándo vas a dejar de jugar con las pinturas y aprender que los lápices de colores son solo para colorear y no para olerlos? Anda, levántate de tu pupitre y ve al baño a lavarte la cara y limpiarte el babi.
Pero Lila sabía que la mancha de sangre no sale solo con agua.
Dedicado a todas las niñas y niños que sufren a diario el acoso dentro y fuera de las aulas y a los adultos para que no ignoren que detrás de un lápiz o las puertas de un colegio, puede estar sucediendo algo más grave de lo que parece   un juego.


Emi y sus colores


lunes, 24 de julio de 2017



Lila y la mariposa

Camino a la escuela Lila va saltando entre baldosa y baldosa
-¡Si piso raya, piso medalla, si piso cruz, piso a Jesús...!
La sirena del colegio suena puntual como cada mañana. Todas las niñas están formadas  con su babi blanco en filas de a uno, comienza el desfile silencioso hacia las aulas. Lila mira curiosa a su alrededor pero sabe que si habla, la volverán a poner orejas de burra y tendrá que pasearse por todas las aulas del colegio para que todas las niñas vean y sepan que no se pueden saltar las normas, porque si no serán la risión y humillación de las demás compañeras. Y el estribillo será el mismo
¡Lila es una burra! ¡Lila es una burra! ¡Burra charlatana!, pero  ella sigue en silencio hasta llegar a su pupitre, el último de la clase, el del rincón de las burras.
La maestra tarda unos minutos en llegar…Lila ha salido corriendo hacia la ventana, sin preocuparse si pisa cruz o raya, ha visto una mariposa blanca y quiere cogerla. La mariposa revolotea entre las demás niñas, hay un tremendo algarabío en la clase.
¡Es mía!,
 ¡No, yo la vi antes!
Lila está inmersa en el vuelo de la mariposa, no ha reparado que hay un silencio mortal en la clase. Doña Lourdes ha hecho acto de presencia, pero ella sigue gritando a la mariposa
 ¡Mariposa, ven, ven…quiero ser tú amiga! ¡Ven!
¡Las burras charlatanas como tú, no tienen amigas!
El grito de la maestra paraliza a Lila, sabe cuál será su castigo por infringir las normas o ¿Tal vez no…?
Doña Lourdes saca su regla de madera del cajón de su mesa, mientras ordena a Lila que se arrodille con los brazos en cruz y las palmas de las mano abiertas hacia arriba, dirección al dolor.
La va a pegar otra vez, murmuran las otras niñas
¡Silencio! , grita la bestia. El sonido del impacto de la regla es tan fuerte que se ha partido en dos, pero Lila no ha sentido dolor en sus manos.
¡Lila, coge  la mariposa y tírala a la papelera!
¡A clase se viene a aprender, no a perder el tiempo mariposeando!

Lila rompe a llorar, en silencio, este castigo la hará callar para siempre.



Emi y sus colores.

jueves, 29 de junio de 2017

Yo, soy viento
Relatos
El Chaquetas II


Lucía, hace tiempo que no salimos de marcha. ¿Qué te parece si este viernes nos vamos a mover un poco el esqueleto?
Creo que es buena idea. Estoy harta de tanta tranquilidad bucólica; el único sonido que escucho es el las horrorosas urracas en el balcón, lástima del tirachinas que tuviera, no iba a dejar ni una. ¿Dónde quieres que vayamos a bailar?
Podríamos ir donde estuvimos la última vez. Con un poco de suerte, quizás veas al Chaquetas.
No es mala idea, aunque hace tanto tiempo que no creo que se acuerde de mí.
¿Te imaginas que estuviera?
¡umm! No quiero ni pensarlo.
¿A qué hora quedamos?
Pues  a eso de las nueve; picamos algo de cena para hacer tiempo y sobre las once y media nos vamos, así no seremos las primeras.

Esta vez calculamos bien los tiempos.
Buenas noches, ¿qué van a tomar las señoritas?
Hola, buenas, dos Gin tonic, por favor.
No habíamos dado ni dos sorbos cuando sonó 19 días y 500 noches. ¡A bailar!
Las manos al aire, me doy media vuelta y me topo con el Chaquetas. Clara me guiña un ojo, yo le correspondo con una sonrisa. El Chaquetas me toma por la cintura y acerca sus labios a mi oído...
Hace tiempo que no te veo, Lucía. Hoy estás preciosa
Sí, hace mucho tiempo...
Soy Fernando, ¿te acuerdas de mí?
Mi sinceridad me vuelve a traicionar
Claro que me cuerdo de ti, llevas la misma chaqueta, pero no recordaba tu nombre, ja, ja.
Me gusta cómo eres.
Gracias Fer... Fernando.
Veo que hoy también vienes con tu amiga.
Sí,  ya te dije que nunca salgo sola a bailar.
En un movimiento arrimó mi cuerpo al suyo, me beso en el cuello y la progesterona hizo el resto.
Ven conmigo esta noche, Lucía.
Eh... yo... yo... bueno... Espera un segundo que hablo con mi amiga.
Clara, vamos al aseo, quiero contarte algo.
¡Cuenta, Lucía, cuenta!
He decidido irme esta noche con el Chaquetas. ¿Cómo lo ves?
¿Que cómo lo veo?
Sí, dime.
Lo veo genial, ve con él. Tienes las llaves de mi casa; yo seguiré bailando otro rato.
Clara, no voy a ir a tu casa. El chaquetas me ha invitado a la suya, me dijo que luego me acerca donde yo quiera.
Pues ya estás tardando. Disfruta y cuando llegues me cuentas. No apagues el móvil.
No lo haré, tranquila.
Era evidente que el Chaquetas frecuentaba a menudo el local. Al salir, solo tuvo que mirar al guarda coches y este le acerco las llaves  en un abrir y cerrar de ojos.
Me abrió la puerta. No recuerdo la marca, pero sus asientos eran maravillosamente confortables. Las luces del Paseo de la Castellana corrían veloces a través del cristal.
Primer semáforo en rojo, achuchón al canto. ¡Gran pitada del coche de atrás!
Fer... Fernando... ¡Arranca que está en verde!
Siguiente semáforo en rojo... ¡Ni achuchón, ni leches! Mis manos se dispararon como posesas a su tubo de escape.
El imbécil de atrás vuelve a tocar el claxon.
Terminamos metiendo la cuarta, la quinta, la sexta sobre sabanas de seda... hasta las seis de la mañana, que fue cuando me llevó a casa de Clara.
Gracias por traerme.
¡Lucía! —me gritó cuando cerraba la puerta del coche. —Me gustaría tener tú teléfono, así podremos quedar en otra ocasión.
Sí, claro, toma nota.
¡El Chaquetas me había pedido el teléfono! La adrenalina me dificultaba encontrar las llaves del portal de Clara. ¡Dónde se habían metido las dichosas  llaves!
Por fin, di con ellas en unos de los infinitos recovecos de mi bolso.
Cuando abrí la puerta, vi que había luz en la habitación de Clara.
¿Clara estas despierta?
...
¿Estás bien, Clara...?
Sí... solo tengo el estómago revuelto.
¿A qué hora llegaste a casa?
Hace media hora más o menos.
¡Pero si la discoteca la cierran a las tres de la madrugada! ¿Dónde has estado hasta ahora?
¿Te acuerdas de aquel que se me arrimaba mientras bailaba?
¿Cuál!, ¿el soso aquel que parecía un sopitas?
¡Sí!
¡Pero si era un sin sangre!
Pues me invitó a una copa cuando tú te marchaste con el Chaquetas... y nos empezamos a besar... y esa cosas del querer, ya sabes.
¿Y qué paso después?
Pasó que me trajo a casa y de camino en el coche me suelta otro beso. De repente me empecé a encontrar mal y casi le vomito encima. Tuve que bajar la ventanilla y sacar la cabeza. Le he dejado el cristal hecho una mierda.
¡Ja, ja, ja!
No te rías, boba... que estoy muy malita.
¡Cómo no me voy a reír, Clara! Solo de imaginarme la escena me muero.
¿Y tú?, ¿qué tal con el Chaquetas?
¡Uf!, ¡cayeron cuatro preservativos!
¡ Qué bestia eres! Luego dices que no te duran los hombres. Si es que los revientas a la primera.
Sí... yo no necesito Primperan, ¡aggg!
¡Te odio!

Yo también. Venga vamos a dormir un rato. 





Emilia Díaz Banda.

domingo, 21 de mayo de 2017

Yo, soy viento 
Relatos
COMIENZA EL JUEGO... ¡BUM!
Los fines de semana que no salgo se hacen eternos, pero tengo que adaptarme a mi escasa economía.
Hoy no tengo ganas de pintar. Enciendo el portátil y me dejo llevar por  la música de un  «Cadáver exquisito» de Fito Paez...

Entre canción y canción la publicidad hace su trabajo:


¡Entra en Leetic, amplía tu lista de amigos, conoce gente con tus mismos gustos!
La curiosidad me lleva a pinchar en la página y todo un abanico de rostros tanto masculinos como femeninos se despliega ante mí. Parece interesante y decido rellenar el largo y extenso formulario de preguntas, al parecer necesario para crear mi propio perfil. Una vez finalizado todos los requisitos para entrar en Leetic, tan solo me queda un espacio que rellenar: el seudónimo con el que apareceré ante los posibles amigos que quieran ver mi perfil.
Me llamaré Azul.
Acepto las normas de la página y, ¡zas!, doy al enter.
¡Guau! Cuantos guaperas sueltos.
Vaya, parece que esto funciona muy rápido, la luz verde de mi chat comienza a sonar.
—Hola, Azul
Bien…empecemos la conversación.
—Hola, ¿quién eres?
—Soy Pez Volador.
—Pues, hola, Pez Volador.
—Estas muy guapa en la foto de perfil y veo que te gusta la pintura, ¿tal vez por eso te llamas Azul?
—Gracias por tu cumplido. Sí, me dedico a la pintura. Y tú, ¿por qué te llamas Pez volador?  No veo en tu perfil la pecera por ningún sitio.
—Veo que aparte de pintar y ser bonita tienes sentido del humor.
—Bueno, el sentido del humor es una de las cosas que intento conservar.
—Uhm… y veo que también conservas  unas bonitas piernas.
—Gracias. A ti te queda muy graciosa la camisa de cuadros que llevas.
—¡Uff! ¡Y que bien luces con  esos tacones!
¡Maldita sea! Todo el día sin hablar con nadie y ahora tiene que sonar el dichoso teléfono
—Espera un momento, Pez volador; me llaman al teléfono.
—Ok, preciosidad; estaré esperándote.
—¿Lucía?
—Hola, Clara, ¿qué tal?
—Bien; aquí muerta de asco. Odio los domingos por la tarde. ¿Y  tú?, ¿estás pintando?
—No; estoy chateando con un guaperas.
—¿Cómo?
—Pues, que me he  suscrito a una página de esas para conocer a gente y me ha pinchado uno.
—¡Lucía, estás loca! ¿Cómo se te ocurre hacer eso? ¡Podrías estar hablando con un psicópata o vete tú a saber!
—Clara, es una página que parece segura; la anuncian por la televisión y la descubrí cuando estaba escuchando música en Internet.
—¿Y cómo se llama esa página, si se puede saber?
—Se llama Leetic. Rellenas un formulario con tus gustos musicales, aficiones, tu edad y más cosas, y crean un perfil en el que te pueden pinchar hombres de tus mismo gustos.
—Ya… pues, a mí esas páginas no me dan confianza.
—Clara, esta página dispone de una casilla en la que puedes denunciar si alguien se pasa de la raya. Total, ¿qué puedo perder? Si me pincha algún petardo, pues, lo bloqueo y que pase el siguiente.
—Veo que no te convenzo para que no sigas en ella, pero ten mucho cuidado, Lucía
—No te preocupes, Clara. Ya te iré contando; ahora voy a seguir  con mi Pez volador.
—¿Pez volador?
—Sí, es el seudónimo del guaperas con el que estoy hablando.
—Ja, ja, ja. Eso me lo tienes que contar en persona.
—Pues mañana bajo a Madrid a comprar material de pintura. Si quieres comemos juntas y te enseño mi perfil del Leetic.
—¡Genial! Mañana nos vemos. ¡Ala!, te dejo, no vaya a ser que se te queme el pescadito.
— ja, ja, ok. Un besazo, Clara.
Encendí un cigarrillo…y me dispuse de nuevo a hablar con el Pez volador.
—Hola, Pez volador. Ya estoy de nuevo contigo.
—Uhm… ¡Qué bien suena eso, preciosidad!
Reconozco que me estaba empezando a caer un poco  empalagoso el pececito de las narices, pero aún era pronto para juzgarlo. Solté un poco más de sedal  para saber si sabía nadar fuera del agua.
—¿Qué es lo que te suena bien, Pez volador?
—El que estés conmigo de nuevo, sirenita.
— ¿Sirenita…? Ja, ja, ja. Te aviso que yo no tengo cola.
—Ya me he dado cuenta, cariño. Me encantaría tener tus hermosas piernas entre la mía.
—¿No me digas que solo tienes una pierna?
— ¡No! Quise decir entre mis piernas. El maldito teclado se me comió la «s».
—Me encantaría que sintieses mi cola fresca sobre tu cuerpo.
Era el momento de tirar de la caña y apretar el anzuelo…
—¡Uff! ¡Qué pereza meterme ahora en el agua con el frío que hace, querido Pez!
—Uhm… Mis aguas  son muy cálidas. Ven y déjate llevar por mí.
—Me encantaría nadar contigo, Pez volador, pero es que tengo un problema.
—¿Qué problema tienes, mi Sirenita Azul?
—Pues que se me estropeo el tele transportador, corazón… y ya sabes… los técnicos  dan prioridad a la princesa Leia.
—Veo que eres una chica dura, Azul… y eso me excita más aún.
—Oh… ¡Qué delicado eres! ¡Quizás mañana me moje un poco los pies. Hoy tengo que dejarte.
—¿Ya te vas tan pronto y me dejas solo en este mar tan peligroso?
—Sí, me retiro a mi camarote. Que tengas felices sueños, Pececito volador. Y ¡cuidado con las Orcas!
Uff, qué cansino, por Dios. Como todos sean así, me veo haciendo un curso de submarinismo. Creo que por esta noche está bien. Cerré el chat.
Después de comprar el material de pintura para mi próxima exposición, acudí al restaurante donde había quedado  con Clara.
—Veo que hoy me has cogido la delantera, Clara —le susurré al oído, mientras ella daba un sorbo a su copa de vino.
—¡Eh, Lucía, ya estás aquí!
—Sí, ya estamos juntas otra vez.
—¡Explícame eso del Leetic!
—Espera al menos que suelte las cosas y me siente.
—¡Camarero, por favor! ¿Puede traernos otra copa de vino? ¡Vamos, suéltalo ya!  Muero de ganas de ver el rostro de tu Pez volador.
—No seas impaciente, Clara. Además, a ti estas cosas te dan miedo ¿No?
—Lucía, tengo que confesarte algo.
El brillo de los ojos con el que Clara me había dicho que tenía que confesarme algo hizo que derramara parte de la copa de vino sobre la mesa.
—¡Ala!, ¡mira la que has liado!
—No te preocupes, Clarita; esto dicen que da buena suerte.
Ahora era yo la que ardía en deseos de escuchar la confesión de Clara.
—Bueno, ¿vas a soltarme tu confesión o qué?
—¡Sí! Verás… ya sabes que me gusta informarme e indagar cuando algo despierta mi curiosidad.
—¡Clara!, ¡ve al grano y déjate de tanto rollo!
—¿Estás preparada, Lucía?
—¡Por dios, suéltalo ya!
—¡Yo también me he suscrito al Leetic!
—¿Cómo? ¡¿Tú…?! ¿La rancia que anoche me decía que estaba loca, que tuviera cuidado…?
—Pues sí. Después de hablar anoche contigo, me metí para ver… Y ¡Me suscribí! ¡Ah! Mira todos los hombres que me han mandado flechazos.
—Si solo te han pinchado los de la tercera edad.
—No seas imbécil, Lucia. Mira este de última hora.
—¡Oh, qué mono es! ¡Pero si tan solo tiene 30 años!
—Me da igual, Lucía. No me dirás que no está para comérselo.
—Sí. Pero quizás tengas que cantarle una nana para dormirle.
—Ya, y tú ponerte flotador para nadar con tu boquerón. Por cierto enséñame su perfil.
—¡No se llama Boquerón; es Pez volador ¡Mira la foto!
—Este tiene pinta de salidillo.
—¡ Sí! Ayer le mandé a soñar con las orcas.
—Pues, yo le voy a devolver el flechazo al jovenzuelo.
—Ya te veo preparando purés para tu bebecito.
—¡No seas idiota, Lucía! Este ya tiene dientes y puede masticar.
—Pues, ten cuidado que no se te clave un diente de leche cuando le des de mamar.
Sin darnos cuenta, entre pescados y lácteos, habíamos llegado a los postres y a los licores. Clara tenía que volver al trabajo y yo tomar rumbo al más allá.

Fotografía.
Pilar Escamilla Fresco.